Hoy les escribo rememorando la profunda emoción que sentí al leer el artículo que Arturo San Agustín dedicó a Toulouse y a quien esto firma, el pasado sábado, en sus «crónicas peatonales«, en La Vanguardia.
Como bien saben, nací en Toulouse. En reiteradas ocasiones les he comentado que me siento afortunado por absorber todo cuanto ocurre en mi ciudad natal y en Barcelona, donde resido desde hace muchos años. En una empecé mi carrera profesional, en la otra me he establecido como tal. En una tenía a mis padres, en la otra están creciendo mis hijos. En ambas estoy rodeado de amigos. En ambas, siempre aprendo.
Es por ello que la pluma de Arturo me conmovió: porque siendo como es un barcelonés de pro, que ejerce de orgulloso hijo de la Barceloneta (lean, si pueden, el libro que recientemente ha publicado sobre el mismo, «En mi barrio no había chivatos«), trazó con suma sensibilidad sus impresiones acerca de Toulouse. Con delicadeza habló de mi abuelo y del mercado de Carmes que visitaba, en mi infancia, cada sábado con mi padre. De la primera mitad del siglo XX y de cómo la historia de la «ciudad rosa» quedó por siempre ligada a miles de personas procedentes de aquí. De mi amigo y socio Michel Sarran y de su madre, Pierrette. De las canciones que son la banda sonora de mi magdalena de Proust. Del club de rugby de mis amores, el Stade Toulousain, y de sus jugadores.
Gracias, Agustín, por glosar Toulouse y hacer que sintiera que mis dos ciudades, la propia y la adoptiva, estaban más cerca que nunca. Te aseguro que el sábado me resultó difícil articular palabra, durante unos minutos, tras la lectura de tus «crónicas».
Y a Uds, gracias por leerme y por su confianza. Confianza que depositan en todo el equipo que integra Caelis y que es la fuerza de nuestro día a día.
Un fuerte abrazo,
Romain Fornell y todo el equipo